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Homenaje a Félix Ortiz
CIDH saluda identificación de restos de víctimas de desaparición forzada en Paraguay
Comunicado de Prensa
CIDH saluda identificación de restos de víctimas de desaparición forzada en Paraguay
16 de septiembre de 2016
Washington, D.C. – La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) considera un avance fundamental el anuncio realizado en Paraguay sobre la identificación de los restos de tres personas que fueron víctimas de desaparición forzada en la década de 1970. La CIDH saluda el trabajo realizado en Argentina y Paraguay, gracias al cual se logró identificar por primera vez a víctimas del crimen de desaparición forzada en territorio paraguayo.
La identificación de los restos de Miguel Angel Soler, Rafaella Filipazzi y José Agustín Potenza constituye un paso fundamental hacia la verdad y la justicia para las graves violaciones a los derechos humanos cometidas durante la dictadura del general Alfredo Stroessner (1954-1989) en Paraguay, y en el marco del Plan Cóndor bajo el cual los gobiernos autoritarios del Cono Sur coordinaban sus operativos ilegales de secuestro, torturas, encarcelamiento ilegal y desaparición forzada de disidentes políticos.
El 30 de agosto de 2016, el director de Memoria Histórica y Reparación del Ministerio de Justicia de Paraguay, Rogelio Goiburú, anunció en rueda de prensa la identificación de Miguel Angel Soler y Rafaella Filipazzi. El 8 de septiembre, la misma dependencia reveló que se identificó adicionalmente a José Agustín Potenza. La identificación de las tres personas se realizó a partir de restos óseos exhumados de una fosa común ubicada en la sede de la Agrupación Especializada de la Policía Nacional, que funcionó como centro de torturas durante la dictadura stronista, y donde se realizaron excavaciones entre 2006 y 2013. Tras la exhumación, fragmentos de restos óseos que pertenecerían a más de 20 cuerpos fueron entregados a la Embajada de Argentina en Asunción, que los trasladó por valija diplomática y fueron estudiados por el Equipo Argentino de Antropología Forense. La identificación se realizó utilizando el Banco Nacional de Datos Genéticos.
“Es de la mayor relevancia y reconocemos como un paso fundamental la identificación de los restos de Miguel Angel Soler, Rafaella Filipazzi y José Agustín Potenza para el establecimiento de la verdad histórica de los graves crímenes ocurridos en la dictadura paraguaya y en el marco del Plan Cóndor, bajo el cual se realizaron secuestros, asesinatos, torturas, ejecuciones extrajudiciales y desapariciones forzadas en forma coordinada entre las dictaduras de varios países”, dijo el Presidente de la CIDH, James Cavallaro.
Rafaela Filipazzi nació en Italia, se radicó en Argentina, y se casó con José Agustín Potenza, un músico y militante peronista. Ambos huyeron a Uruguay tras el golpe de Estado de 1976. Fueron secuestrados en junio de 1977 en un hotel de Montevideo por un grupo de agentes paraguayos, en coordinación con las fuerzas de seguridad uruguayas en el marco del Plan Cóndor, de acuerdo a una investigación del Gobierno uruguayo, y luego fueron trasladados a Asunción. Personas que estuvieron detenidas junto a Rafaela Filipazzi prestaron testimonio a la Comisión de Verdad y Justicia de Paraguay y también ante el juzgado argentino que lleva esta causa, indicando que la vieron detenida en el Centro de Investigaciones de la Policía Nacional junto a José Agustín Potenza, y luego en la cárcel “El Buen Pastor”, con señales de haber sido torturada. La denuncia por su desaparición fue radicada en 1984 en la provincia argentina de Corrientes. “Hace 40 años que buscamos a nuestros familiares”, dijo la hija de Rafaela Filipazzi a la prensa. “Hablo de un poco de paz porque esto para mí no termina hasta por lo menos saber qué pasó, por qué la secuestraron, por qué la maltrataron y la asesinaron, dejándome huérfana con sólo 12 años”, agregó. Los esqueletos de Rafaela Filipazzi y José Potenza fueron exhumados de la misma fosa común, el 19 de marzo de 2013, de acuerdo a información oficial.
Miguel Angel Soler fue miembro del Partido Revolucionario Febrerista y más tarde secretario general del Partido Comunista Paraguayo. Había sido detenido y torturado en 1954, año del golpe de Estado, tras lo cual se exilió en Argentina. Fue secuestrado durante una visita a Asunción, en noviembre de 1975. La CIDH recibió una petición en febrero de 1976 que indicaba que Miguel Angel Soler había estado incomunicado en una celda subterránea, que había sido brutalmente torturado y que desde diciembre se desconocía su paradero. La Comisión decidió que el caso configuraba una gravísima violación al derecho a la libertad, seguridad e integridad de Miguel Angel Soler y pidió su inmediata liberación. El Estado paraguayo negó en aquel momento tener conocimiento de su paradero. La viuda de Miguel Angel Soler presentó a la CIDH otra denuncia en 1995 por la falta de investigación judicial de los hechos y la falta de justicia, caso que fue objeto de un procedimiento de solución amistosa en la Comisión. Posteriormente, fueron procesados y condenados a 16 años de prisión el ex jefe del Departamento de Investigaciones, Pastor Coronel, y otros tres ex jerarcas de la Policía paraguaya, por la captura ilegal, las torturas y la desaparición de Miguel Angel Soler. La viuda de Miguel Angel Soler murió sin conocer el paradero de su esposo. Su hijo, Jorge Soler, quien trabaja en el Espacio de Memoria de Argentina que funciona en el ex centro de torturas ESMA, dijo a la prensa que la identificación de los restos de su padre le ayuda a cerrar una etapa y que ahora desea participar en las excavaciones de fosas comunes en Paraguay para recuperar los restos de otras personas desaparecidas.
Las excavaciones en Paraguay están actualmente paralizadas por falta de financiamiento adecuado, según informó el titular de la Dirección de Memoria Histórica y Reparación, Rogelio Goiburú, cuyo padre fue también víctima de desaparición forzada durante la dictadura paraguaya. “Tenemos al menos doce puntos más donde sabemos que hay tumbas de desaparecidos, en Itapúa, Caazapá, Caaguazú, San Pedro, Paraguarí. Pero no podemos excavar porque no tenemos los recursos”, indicó.
“La viuda de Miguel Angel Soler murió sin haber podido enterrar los restos de su esposo, y la madre de Rafaella Filipazzi murió sin haber podido enterrar los restos de su hija. Fueron cuarenta años de búsqueda”, dijo por su parte el Relator de la CIDH para Paraguay, Paulo Vannuchi. “Muchos otros familiares siguen buscando. La Comisión de Verdad y Justicia de Paraguay identificó 348 casos de desapariciones forzadas, y otras fuentes indican que serían más de 500. Llamamos a los Estados de la región a destinar los recursos financieros y humanos apropiados para avanzar en el trabajo de identificación de los restos de personas desaparecidas forzadamente, y a continuar progresando hacia la verdad, la justicia y la reparación”, agregó el Comisionado Vannuchi.
La CIDH urge asimismo a todos los países de la región que todavía no lo hayan hecho a ratificar la Convención Interamericana sobre Desaparición Forzada de Personas de 1994 y la Convención Internacional para la Protección de Todas las Personas contra las Desapariciones Forzadas aprobada por las Naciones Unidas en 2006.
La CIDH es un órgano principal y autónomo de la Organización de los Estados Americanos (OEA), cuyo mandato surge de la Carta de la OEA y de la Convención Americana sobre Derechos Humanos. La Comisión Interamericana tiene el mandato de promover la observancia de los derechos humanos en la región y actúa como órgano consultivo de la OEA en la materia. La CIDH está integrada por siete miembros independientes que son elegidos por la Asamblea General de la OEA a título personal, y no representan a sus países de origen o residencia.
No. 133/16
Palabras de Miguel Soler Roca en la Fundación Mario Benedetti
PALABRAS DE MIGUEL SOLER ROCA EN EL ACTO EN QUE LA FUNDACIÓN MARIO BENEDETTI LE ENTREGÓ EL PREMIO INTERNACIONAL A LA LUCHA POR LOS DERECHOS HUMANOS Y LA SOLIDARIDAD
Montevideo, 14 de setiembre de 2016
Sra. Ministra de Educación y Cultura,
Distinguidas autoridades nacionales y departamentales,
Sr. Presidente y Sres. Consejeros de la Fundación Mario Benedetti,
Estimadas amigas y amigos de Mario Benedetti:
Comenzaré por agradecer muy sinceramente a esta Fundación su decisión de otorgarme el Premio Internacional Mario Benedetti a la Lucha por los Derechos Humanos y la Solidaridad. Expreso igualmente mi estima al escultor Octavio Podestá, autor de la bella escultura que materializa dicho premio y mi reconocimiento a todos ustedes por su presencia en este acto, que confirma el apoyo de la sociedad uruguaya a los trabajadores de la Educación Pública.
Me costó mucho aceptar esta distinción. Sentí siempre admiración por la persona y la obra de Mario, compañero mayor de la existencia de tantos de nosotros, reconocí y sigo reconociendo sin vacilaciones la solvencia moral e intelectual de la entidad otorgante de este premio así como la de sus prestigiosos directivos, pero siempre me resultó difícil ser objeto de homenajes. Además, considero que quienes sirven la causa de los Derechos Humanos y la Solidaridad en el Mundo, en América Latina y en Uruguay son muchos y muchas, todos ellos con más méritos que yo. No soy más que un trabajador de la educación y como tal obligado, como se dice en el preámbulo de la Declaración Universal de 1948, a promover “mediante la enseñanza y la educación, el respeto a estos derechos y libertades, y asegurar, por medidas progresivas de carácter nacional e internacional, su reconocimiento y aplicación universales y efectivos…”.
Finalmente decidí aceptar el premio para tener el gusto de estar aquí esta mañana con todos ustedes y entregarles algunas reflexiones sobre los Derechos Humanos y la Solidaridad.
Evocando a Mario nos reencontramos con nosotros mismos, con años de ayer, con el ahora y el mañana, con nuestras vivencias personales y colectivas, algunas exaltantes, otras manchadas por innúmeras agresiones. La Fundación, según testamento de su creador, nació, entre otros objetivos, para brindar “apoyo y aporte a organizaciones defensoras de los derechos humanos, en especial las dedicadas al esclarecimiento y la investigación de los detenidos desaparecidos en nuestro país…”. De este modo, la palabra de Benedetti no fue solo la pródiga y siempre feliz expresión de un trabajador del arte sino también la de un luchador social, comprometido con la causa de la Justicia, condenada esta a la parálisis y el silencio durante largos años en gran parte de América Latina. No sabía Mario, al confiarnos su legado cuán difícil nos sería avanzar en lo que él deseaba, la investigación y el esclarecimiento de tantos crímenes como fueron cometidos y que permanecen aún en la impunidad.
Fui beneficiario de esta amalgama vital, como todos nosotros, leyéndolo en sus libros y también en sus columnas de prensa, que alentaron la construcción de verdad, belleza y justicia en tantos países. Posiblemente su expresión más lograda haya sido A dos voces, creación conjunta con Daniel Viglietti, otro combatiente de estos difíciles tiempos, formando un dúo embajador de la protesta y la esperanza en más de treinta países. Casi siempre sumaron su solidaridad a la de grupos locales, trabajando gratis, entregando su mensaje claramente enfrentado al de los cultores de la represión, la tortura, la dictadura, el terrorismo de Estado. Me hace feliz recordar a estos dos grandes de nuestra cultura en mi tierra natal, en Cataluña. En los años ochenta brotaron en esta múltiples movimientos de solidaridad con los pueblos de América Central, envueltos en varias guerras de liberación, especialmente la que tuvo lugar en Nicaragua. Yo formaba parte activa de aquel movimiento y sabiendo que Mario y Daniel se encontraban en Europa los invitamos a actuar a dos voces repetidas veces en varias ciudades catalanas. Uno de estos actos lo organizamos en Granollers, asiento primitivo de colonizadores romanos hasta devenir largos siglos más tarde una pujante ciudad industrial. Asistieron catalanes y catalanas simpatizantes de América Latina, así como exiliados uruguayos, argentinos, chilenos, brasileños, bolivianos, buenos conocedores de las dictaduras que asolaban sus naciones, familiarizados todos con la palabra de Mario, tantas veces intérprete del dolor del exilio, familiarizados igualmente con la voz de Daniel y, por su intermedio, con los versos de Circe Maia, Violeta Parra, Juan Capagorry, Jorge Salerno. Y estaban allí también numerosos africanos que, perseguidos por el maltrato y el hambre; habían emigrado y se estaban convirtiendo en trabajadores forestales en la zona y asistían a aquella jornada internacional, sus mujeres cubiertas con sus largos y coloridos batones tradicionales y sus hijos correteando por ahí, vociferando sus juegos en las diversas lenguas africanas de sus familias, en el castellano de la escuela y en el catalán de la calle. Una vez más la solidaridad individual se expresaba comunitariamente.
Yo me encontraba también allí, de perfil lo más bajo posible como decimos ahora, custodiando un maletín de Mario y el estuche de la guitarra de Daniel, haciendo balance con ellos después en un bar cercano, explicándoles aquella torre de Babel para cuyos componentes la solidaridad no era una palabra sino, como para Mario y Daniel, una manera de vivir. A Daniel lo sigo teniendo aquí cerca, siempre disponible; a Mario, al Mario de aquella tarde en Granollers, lo custodio en alguna de las parcelas más productivas de mi memoria. El poeta convertido en actor con sus versos, sus esporádicas muestras de asma, su vaso de agua, su sillón balancín de Viena, su aleccionante sencillez, su elevado mensaje pleno de ética y de esperanza.
Con aquellos cálidos esfuerzos a dos voces, nuestros dos grandes artistas aportaban lecciones de vida, el aprendizaje del derecho a convivir en paz, movidos por la obligación de servir, tan lejos de casa, esa plataforma laboriosamente convenida de derechos y libertades fundamentales, todos irrenunciables.
En mi trayectoria personal, endeudada con los aportes de aquella correntada colectiva, obedecí el vigor ético de algunas palabras, en particular justicia, libertad, paz, desarme, y otras afines y me pareció que mi oficio de maestro las podía resumir, difundiéndolas, en un pensamiento utópico cargado de futuro pero igualmente de imperativos de presente. Lo expresé por primera vez hace exactamente veinte años, en un recinto al que me refiero siempre con gratitud: el Paraninfo de nuestra Universidad de la República. El 28 de agosto de 1987 conmemoramos allí el décimo aniversario de la desaparición forzada del Maestro Julio Castro y en las palabras que dediqué al amigo mártir incluí esta reflexión, que les leo textualmente: “Y puesto que el daño que padeció nuestro común amigo le fue inferido bajo un régimen militar, he venido a formular votos, en este recinto de pensamiento, de ciencia y de humanismo, por el día en que nuestro planeta haya abolido todos los ejércitos y todas las armas, por el día en que la violencia entre hermanos haya desaparecido, aun en sus más sutiles y solapadas formas, por el día en que en este país nadie pueda dirimir las cuestiones públicas apretando el gatillo. Mientras existan gatillos y dedos en disposición de apretarlos, los que nos ocupamos de educación deberemos cuestionar implacablemente nuestro trabajo, hasta lograr el desarme de las manos y de las mentes. ¿Es este un sueño? Claro que sí, pero ¿qué función más alta cabe a la educación que la de sembrar sueños y cultivarlos, paciente y amorosamente, en perspectiva de siglos si es preciso, hasta su fructificación?”
Eso dije entonces, eso repito ahora, casi treinta años después. Los restos de Julio Castro han aparecido, sus asesinos no han sido identificados ni castigados. Pese a la gravedad de las denuncias, al aumento progresivo del número de participantes en nuestras marchas del 20 de mayo, a la promisoria creación de la Institución Nacional de Derechos Humanos, al porfiado trabajo de comisiones oficiales y de agrupamientos de la sociedad civil, como la Fundación Mario Benedetti, seguimos teniendo dos clases de desaparecidos: las víctimas y los victimarios, escondidos estos últimos tras el secretismo, la mentira, la contradicción vergonzante de sus vidas personales y de su existencia colectiva. El pueblo guarda un silencio acusador los 20 de mayo en la calle; ellos lo mantienen a lo largo de sus vidas, atrincherando cuanto saben de sí mismos en los cuarteles. Trágica e inoperante condescendencia con la mentira y el imposible olvido.
Para decirlo en el lenguaje de los maestros de escuela, Mario nos dejó deberes y vuelvo a su testamento. Me parece observar que se viene produciendo un cambio de tono en el lenguaje de quienes luchamos por Verdad, Justicia y Nunca Más. Por mi propio sentir, afirmo que nos estamos cansando de tanto esprar y que vamos tendiendo a sustituir el silencio por el grito, el llanto por la indignación, la petición por la exigencia, la opacidad por la transparencia. Me pregunto si no podremos ser todos, Gobierno, instituciones públicas y de la sociedad civil, familiares y amigos, educadores y educandos, capaces de respaldar, bien unidos, a la Justicia diligente y de urgir a la Justicia diferida. Aspiro a una Justicia efectiva a la que la sociedad, firmemente comprometida, dote de todos los medios necesarios, dada la trascendencia humana de sus fines.
En este giro inaplazable, la Fundación Mario Benedetti, de cuya generosidad me declaro una vez más muy sinceramente agradecido, tiene y deberá seguir teniendo, responsabilidades e importantes potencialidades de acción. Las responsabilidades le vienen del legado de su creador. Las potencialidades son inherentes a su condición de entidad promotora, a la vez, de la cultura y de la justicia. Uruguay ha sido siempre país de cultura, pero no ha logrado, todavía, ser país de justicia. Y los sufrimientos que ocasiona la injusticia golpean continuada e indebidamente a muchas familias, a la vez que nos exponen al juicio adverso de la comunidad internacional.
La existencia de la Fundación y el premio que se entrega esta mañana por cuarta vez nos convocan a todos a intensificar la lucha por hacer de los Derechos Humanos y de la solidaridad una realidad que aviente las sombras.
Muchas gracias,
Montevideo, 14 de setiembre de 2016
Miguel Soler Roca