Oratoria de Madres y Familiares el 30 de Agosto

30 de agosto 2019.

Hoy es un encuentro especial.

Conmovidos y expectantes, a tres días de un hallazgo, tener que hablar de la Desaparición Forzada, además de la emoción inocultable, de la fuerza que da recuperar un nuevo cuerpo-, porque es posible, porque ahí están, nos pone sobre la mesa las mismas preguntas: Cómo es que llegamos acá? ¿Porqué recién hoy? ¿Por qué apenas cinco? ¿Por qué tantos años de impunidad?

Todo nos habla de lo que continúa oculto, nos cuestiona sobre quiénes lo ocultan y porqué. Pero también nos dice que es posible sacarlo a la luz. Con todo lo que esa luz enriquece nuestro presente.

Nos refuerza el compromiso que asumimos de encontrarlos a todos y recuerda las dificultades de este camino. Los cientos de obstáculos que a lo largo de estos años venimos explicando, denunciando y exigiendo su remoción.

Esta fecha nos interpela aún más. Porque la Desaparición Forzada que continúa presente en Uruguay enquistada en el ocultamiento de los cuerpos de nuestros desaparecidos, cobijada por políticas permisivas hacia sus perpetradores, protegida por barreras de impunidad, se extiende por el mundo, tanto que hoy coexiste con distintos regímenes no sólo dictatoriales y abarca a todo tipo de victimas.

Su permanencia y la cultura de impunidad generada, matrizan en muchos aspectos esenciales la construcción de nuestra democracia.

La desaparición forzada, vale recordarlo, es un delito de derecho internacional, de lesa humanidad, imprescriptible y tiene un carácter permanente; articula estrategias de ocultamiento y destrucción de pruebas desde el inicio (detención secuestro u homicidio) como forma de invisibilizarse y que perdure en el tiempo como amenaza desestabilizadora y paralizante para los demás. Su mayor efecto es social (el desconcierto, el silencio, el miedo, la dificultad de demostrar que sucedió, la amenaza implícita para todo tipo de lucha) y no cesa hasta que se encuentren los restos y se desenmascare todo lo que se conjuga en él.

Para todo eso, es necesaria la complicidad del Estado; la inicial al momento de la detención o el secuestro y las sucesivas que lo mantienen oculto e impune.  Incluyendo a los gobiernos posteriores a las dictaduras, si no tienen el claro propósito de cortar de raíz sus efectos.

Hacerlo, implica acciones comprometidas, firmes y profundas que tienen que ver con la justicia, con investigar, conocer , sancionar y divulgar todo lo que pasó y con la desarticulación y transformación a fondo de la institucionalidad del estado dictatorial que cometió el crimen, En particular las FFAA que fue el brazo ejecutor de ese terrorismo de estado.

En nuestro país, las desapariciones se dieron en el contexto represivo del avance hacia la dictadura y la posterior instalación del Terrorismo de Estado como resultado de la persecución masiva que se hizo a todo tipo de oposición política y social.

En dicho marco, se ejecutó o torturó hasta la muerte a más de 400 compatriotas y con un criterio selectivo que aún tenemos que desentrañar, algunos de esos cuerpos no fueron entregados: nuestros desaparecidos.

Las desapariciones se inician antes del golpe de estado, en 1971, con el secuestro y desaparición de dos militantes del MLN: Abel Ayala y Héctor Castagnetto, a manos de escuadrones de la muerte, (grupos para-policiales  durante el gobierno de Pacheco Areco). Y se continúan a lo largo de toda la dictadura.

El decreto del 1971 da a las FFAA la conducción de la «lucha anti subversiva» y en ese mismo año se forma la OCOA que junto al SID, serán como organismos especializados, el brazo ejecutor de la represión durante el Terrorismo de Estado.

El quiebre institucional venía madurando.

En el 72, con la declaración del Estado de guerra interno y la ley de seguridad del estado, se legaliza la arbitrariedad y todo detenido pasa a ser “desaparecido” sin protección legal por días -semanas, en un proceso que no se detendrá hasta la disolución del Parlamento en junio del 73.

Ese camino abonado por decretos y leyes parlamentarias llega al golpe encabezado x un presidente electo. Rechazado inmediatamente por la histórica huelga general y aplaudido por las grandes cámaras empresariales y los grandes medios.

Hoy sabemos mucho de los 12 años que siguieron. De las torturas, las muertes, los planes supranacionales, del Cóndor.

De todo resaltamos una vez más el innegable carácter institucional q tuvo la represión, la tortura, la muerte, las ejecuciones y desapariciones llevadas adelante por las FFAA uruguayas.

A las denuncias de cientos de testigos, hoy sumamos los aportes de sus propios archivos. Negaron su existencia, pero aún los pocos conseguidos, recortados y tachados, claramente los incriminan.

Nada de lo realizado se hizo sin contar con la aprobación de los más altos mandos y las órdenes precisas de toda la cadena jerárquica de las tres armas. El OCOA, el SID no eran una patota ni un grupo suelto de dementes. Ninguna operación fue realizada sin una planificación previa, órdenes específicas y detallados informes posteriores (muchos de los cuales hoy se aportan a la justicia). Nadie, en este país, en un sistema cuyo sustento es la disciplina y la subordinación, mató, desapareció, ni enterró clandestinamente a nadie sin cumplir una orden y sin informar exhaustivamente a sus superiores.

De los compañeros y compañeras asesinados a lo largo de estos mas de 12 años, ellos resolvieron que cuerpos entregar y a quiénes desaparecer y ocultar sus restos (como decíamos antes, con un criterio selectivo que todavía tenemos que desentrañar) –como ejemplo público ahí está Gavazzo, acusando a Esteban Cristi de ser quien toma la decisión de desaparecer a Roberto Gomensoro una vez asesinado.

Fueron los más altos mandos los que decidieron el destino de nuestros familiares

La desaparición tiene una sistematización, que de a poco se va aclarando y con ella las responsabilidades .No parece una casualidad que 4 de nuestros desaparecidos fueron hallados en los predios de los ex Batallones 13 y 14, batallones que no dependían de una región militar, sino directamente del Comandante en jefe de turno: Chiape Posse, Vadora, Gregorio Alvarez, Queirolo, Boscan Hontou.

Ellos tuvieron la información y tomaron o accedieron a la decisión.

Fueron luego los Comandantes en Jefe desde esos años hasta hoy, quienes siguen decidiendo el ocultamiento.

También son los gobiernos, presidentes, ministros, legisladores y Supremos Tribunales de Justicia del año 85 a la fecha quienes no exigieron que entregaran la verdad.

Durante los años de Terrorismo de Estado, desde toda la institucionalidad del estado se vigiló, amenazó, persiguió; se impuso un disciplinamiento a toda la sociedad, que era su verdadero objetivo. Se intervino la educación y la cultura. Los medios de expresión y hasta el lenguaje.

Se utilizó toda la estructura del estado, hasta la diplomática para perseguir y controlar a los exiliados. Se acordaron y consolidaron planes macabros internos y externos, de intercambio de prisioneros, de secuestros, ejecuciones, apropiaciones de nuestros hijos y nietos.

Así de grave y profundo fue el Terrorismo de Estado

Por lo tanto, la tarea de construcción democrática  posterior era mucha, y el único camino: verdad y justicia.

Los primeros gobiernos lo bloquearon. Negando y tergiversando los hechos, legalizando la infamia e impunidad con la ley de caducidad. No era raro, los mismos políticos que alentaron el golpe, estaban nuevamente en el ruedo.

Quedaba claro que  había cambios que sólo se podían dar con un gobierno diferente, que reconociera lo sucedido, libre de complicidades y comprometido con su pasado claramente anti dictatorial.

La deuda no era exclusivamente con los muertos y desaparecidos sino con toda la sociedad que debía reconocerse, cuestionarse y liberarse de lo que se quería naturalizar, la impunidad del Terrorismo de Estado.

En el 2005, el Frente Amplio no estuvo a la altura de la demanda histórica para conducir las acciones profundas que precisábamos.

-Para liberar e impulsar una justicia independiente que cortara el paso a la impunidad.

-Para reformular las instituciones que seguían intocadas, donde sin lugar a dudas, entre todas, las FFAA era la principal, aunque no la única. Su oficialidad de aquellos años, aún activa y muy especialmente sus Comandantes, sus mandos, sus servicios de inteligencia, debieron ser cesados.

El desafío era uno y ese momento una nueva oportunidad: democratizar nuestra sociedad. Romper las barreras de inclusión y pobreza  junto a una comprometida batalla contra la impunidad.

Los logros sociales debían ser sostenidos por la conciencia de lo que costaron, de las luchas por la libertad, contra la dictadura y de las luchas anteriores, por trabajo salario, educación. Todo lo que el autoritarismo arrasó, todo por lo que el autoritarismo persiguió, mató, desapareció y permanecía avalado por la impunidad.

La participación de esas Fuerzas Armadas en la dictadura debía ser cuestionada públicamente y juzgada (aunque hubieran pasado años, aún lo es) no sólo individualmente, porque no actuaron así, sino preguntarnos como sociedad algo que sigue pendiente: Qué FFAA necesita, este país. Claramente no son las que se vuelcan contra su pueblo al que deberían defender. ¿Entonces: para qué?

Y mientras tanto: ¿Con qué número de oficiales? ¿Con cuál formación? ¿Para cumplir cuáles tareas? Se debió derogar su ley orgánica del 74, en ese momento, cambiar drásticamente su vínculo con el ministerio de defensa, al que nunca se subordinó del todo y no arrastrar lo que se venía dando.

Este tiempo perdido fue mucho.

Claro q hubo avances y no los negamos, pero si cuestionamos que esos avances en tandas, de a poquito, no llegaron al corazón del problema.

Y en este tiempo, se consolidaron dos cosas muy importantes y negativas.

– Una cultura de impunidad que se extiende más allá de los crímenes que ampara. Que no es sólo judicial, aunque haya fragilizado al sistema de justicia y el valor de la misma y por tanto al propio estado de derecho. Una impunidad “descontextualizada”, totalmente inexplicable e inadmisible para una sociedad que valora el respeto y la libertad.

-Y unas FFAA cohesionadas en el orgullo de lo que hicieron en dictadura, de su pasado criminal, convencidas de su mesianismo salvador, formadas hasta ahora en los valores de aquéllos años y sintiéndose la reserva moral de la nación.

La ideología que los sostuvo hasta hoy, no ha sido derrotada, ni siquiera se ha acallado.

A pesar de todo lo que se conoce, la impunidad funcionó como un aval a lo actuado. El Estado les ha ido otorgando nuevas oportunidades: Misiones de paz, defensa de la frontera. Ha permitido sus manifestaciones sobre temas ajenos a su incumbencia, sus mentiras deliberadas sobre el paradero de restos de desaparecidos y todo lo q conocemos con su profusa presencia de opiniones y críticas en los medios.

Desde que se hicieron públicas las actas de los Tribunales de Honor este panorama, ampliamente denunciado en estos años, explotó y se hizo inocultable.

El hasta ese momento comandante del ejército, Manini Ríos lo utilizó para atacar al Poder Judicial y como ya lo venía anunciando, usó su investidura y la estructura estatal como plataforma para lanzarse al ruedo político.

También provocó una inmediata y positiva reacción del presidente (dar de baja a 7 generales) que apoyamos firmemente, aunque cuestionamos su falta de transparencia. Esa firmeza era la que estos acontecimientos ameritaban.

Fue lamentable la decisión del senado, que con un confuso mensaje de valores a la sociedad permitió, una vez más, que estos graves hechos quedaran sin sanción y dejó a esos generales al mando del ejército.

Hoy, la existencia de un partido militar, creado desde la institución, testifica tristemente esta situación.

En esta peligrosa confusión y con total irresponsabilidad de parte de sus impulsores, se plebiscitará una reforma constitucional que pretende poner a estos militares nuevamente en las calles. Nos oponemos totalmente a esta campaña. Entre los muchos motivos (que en esta mesa explicó Martín) porque además significa una marcha atrás en la conciencia sobre su papel institucional en la dictadura que aún no está aclarado y mucho menos saldado, sino todo lo contrario.

Este es el corazón de nuestra lucha, porque es la impunidad quien acarrea estos peligros, la que condiciona nuestra convivencia, nuestro presente y las luchas del futuro.

Apoyamos desde el primer momento la campaña “NO a LA REFORMA” y convocamos junto a ellos a los distintos sectores de la sociedad, como ya lo están haciendo, a sumarse a esta iniciativa.

Nos ha costado mucho trabajo llegar hasta aquí, pero acá estamos.

Cuando parecía todo liquidado por el resultado negativo del voto verde, se volvió a empezar. Desde el sótano de Serpaj, con su indeclinable voluntad, algunas madres resistieron el aislamiento, nos dieron la esperanza y la fuerza para continuar esta lucha. Y lo hicimos.

Ante el bloqueo de la justicia local, hace casi 20 años, unos pocos familiares iniciaron la causa frente al tribunal de Roma. Hoy festejamos su resultado con una sentencia trascendente.

La perseverancia, la permanencia, ha sido transmitida por nuestras madres en esta lucha tanto como la justeza de sus objetivos.

Hoy los jóvenes compañeros del GIAF nos dan una clara muestra de ello. Su fuerte compromiso y gran convicción son lo que posibilitaron este logro. Como dijimos antes, es a ellos y a otros persistentes compañeras y compañeros que rodean la tarea que se los debemos.

Cada hallazgo nos devuelve mucho más que a la querida o querido compañero que tanto buscamos. Trae la esperanza que esta lucha los rescatará a todos y con ellos abrirá un camino de mayor libertad.

Por lo tanto, no hablamos del pasado. Esta lucha la estamos gestando hoy cada día, cuando queremos justicia, cuando no queremos aceptar lo inaceptable, cuando queremos cuidar nuestras fuentes de trabajo, el medio ambiente, la diversidad de derechos. La lucha por todos los derechos confluye y se potencia. Y sale a las calles de todo el país los 20de mayo. Hace mucho que no estamos solos.

Hay que buscarlos y encontrarlos. Con más fuerza, más investigación y exigencia a quienes deben aportar datos y no obstruirlos.

Recibimos con gran expectativa el proyecto de ley para la búsqueda de nuestros desaparecidos que presidencia presentó hace unas semanas a la Comisión de legislación y códigos.

Es auspicioso que quede en manos de un organismo independiente como la Institución Nacional de Derechos Humanos. El proyecto es claro y explicita las potestades y presupuesto imprescindible para llevarlas adelante.

Todos los presidenciables se han expresado a favor de esta búsqueda. Tienen la oportunidad de que no sean sólo palabras de campaña electoral sino votos concretos y unánimes para este proyecto con estas potestades. Sin ellas, no tiene sentido ni credibilidad, ni asegura resultados concretos.

Y la justicia. ¡¡La queremos toda!! Aunque ya tan tardía, sea poco o nada reparadora, no podemos dejar a otra generación esta batalla. No renunciaremos a que el Poder Judicial incorpore los delitos de lesa humanidad. Y se conforme una nueva Suprema Corte de Justicia que lo sostenga, en sintonía con el trabajo serio y activo que está desarrollando la Fiscalía Especializada.

Decimos siempre: No existe Estado que vaya a asumir estos compromisos sin un impulso popular decidido. Lo demuestra la tardanza de todos estos años. Por eso es imprescindible una sociedad informada, consciente, atenta, involucrada; que no tolere las debilidades, los ocultamientos y las demoras en este tema. No más.

Que no tengan cabida en esta sociedad ni los crímenes ni sus perpetradores. Ni los ideólogos de estas barbaries, que se maquillan y reciclan una y otra vez. Todos somos Familiares.

“Hoy hay un cuerpo más entre nosotros. Un cuerpo como marca, como grito, como recuerdo. Un pedazo de nuestra identidad que se vuelve visible y que nos vuelve dignos, nos pide justicia. Un cuerpo que aparece. Uno de nosotros. Un nudo se desata. La memoria está encontrando las palabras”.

Nunca más Terrorismo de Estado

¡¡Que nos digan dónde están!!

Verdad y Justicia.

 

Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos

Oratoria de Gabriel Delacoste el 30 de Agosto

Obviamente lo primero que quiero hacer es agradecer a Madres y Familiares de Detenidos Desaparecidos por invitarme a hablar acá hoy. Para mi es un honor y un desafío, y espero que lo que diga pueda ser útil para pensar juntos en asuntos que nos son urgentes.

Quería agradecer no solo por la invitación, sino también por el tremendo trabajo militante que hacen los y las familiares, enfrentando con coraje y dignidad a poderes tenebrosos y al paso del tiempo. Y por levantar las pesadas banderas de la verdad y la justicia, en estos tiempos en los que cunden la mentira y la injusticia. No es fácil decir estas palabras, verdad y justicia, sin que aparezca inmediatamente una objeción o una sospecha relativista o liberal. Y sin embargo, gracias a esta lucha, seguimos teniendo a la verdad y la justicia disponibles en esta parte del mundo.

Como ya dije, no es fácil hablar de esto. Por algo la marcha es en silencio. Tenemos muchas cosas trancadas. Solo imaginar lo que pasó hace un nudo en la garganta. Intentar pensar en lo que nos han contado es doloroso. Y sabemos que puede volver a pasar. Sabemos que pasa, hoy, en muchos lugares. El horror tiene efectos profundos en todos los que formamos parte de la izquierda y el campo popular uruguayos. Y la presencia de los desaparecidos es tan abrumadora, tan sagrada, que cualquier palabra puede quedar frívola o insolente.

Entonces, estoy un poco nervioso (esto vale para ahora que leo y para ayer, cuando escribía). Decidí leer, para no equivocarme. Cuando pensaba en que decir, y le daba vueltas a la cuestión, me venía una y otra vez a la cabeza Walter Benjamin. Me vinieron ganas de volver a leer sus Tesis de la Historia, que tanto están siendo leídas últimamente en América Latina.

No quiero que la de hoy sea una charla sobre Benjamin porque eso sería una pedantería academicista, pero les pido paciencia, porque sí lo quiero invocar para que nos ayude a pensar. Y si alguien puede ayudarnos a pensar hoy, ahora, acá, es él. Porque murió huyendo del fascismo. Porque sospechaba que la incapacidad para combatir a ese enemigo tenía algo que ver con la pereza política que inducía la fe en el progreso. Porque pensó lúcidamente sobre la derrota. Por la forma particular como mezcló la lucha de clases y el materialismo de Marx con la rememoración, la tradición y el misticismo mesiánico del judaísmo. Entonces, si tenemos que hablar de temas cercanos a la derrota, la historia, la rememoración, los límites del progresismo y la lucha de clases, Benjamin exige intervenir.

El momento en el que Benjamin escribió era de derrota total. Judío y comunista, vio el avance arrollador de Hitler, el exterminio de su pueblo y el pacto Ribbentrop-Mólotov. No había salida. ¿En quien podría confiar, en ese momento acorralado, si no podía esperar nada de la socialdemocracia ni de los bolcheviques? ¿Si en ese presente no había una fuerza capaz de derrotar al enemigo? Decidió recurrir al pasado y al futuro.

Por eso sus tesis son sobre la historia. Benjamin rechaza de manera virulenta la idea de progreso, y hay una razón obvia: Es ridículo hablar de progreso en medio del holocausto y el fascismo. Pero hay una razón más profunda: si la historia es progreso, entonces los resultados de las luchas del pasado fueron para bien, formaron parte del avance de la humanidad. Fue bueno que los perdedores perdieran porque eso nos trajo hasta acá. Entonces la historia del progreso es la historia de los ganadores. Y quienes son hoy los herederos de aquellos derrotados, y por eso están subordinados, deberían contentarse con que si no, hubiera sido peor.

Dice más: la idea de progreso abrazada por la socialdemocracia (y hoy tienta llamar a esa combinación “progresismo”), privó a la clase trabajadora del odio que produce sentirse parte de una tradición de humillados, hizo que en lugar de querer reivindicar a los abuelos aplastados, tuvieran esperanzas de que el progreso diera una vida mejor a sus nietos. Peor aún, convenció a los subordinados que el progreso era tecnológico y estaba atado al trabajo, por lo que el solo hecho de trabajar, de por sí, sería lo que emanciparía a generaciones futuras. Esta ingenuidad fue la que, según Benjamin, hizo imposible que la socialdemocracia pudiera combatir al fascismo, y tuviera que limitarse a sorprenderse de que esas cosas siguieran pasando en pleno siglo veinte.

Contra el tiempo homogéneo y vacío del progreso, Benjamin se aferró a un tiempo mesiánico. Hoy “mesianismo” es mala palabra. Se dice, a menudo, que la izquierda tiene que abandonar el mesianismo. Por supuesto, para adoptar una idea progresista del tiempo. ¿Pero quien es el mesías para Benjamin? Nosotros, todos los que estamos vivos. Cada generación tiene un débil poder mesiánico. ¿Y cuando va a llegar el mesías? No sabemos, en cualquier momento, no hay nada que esperar. ¿Y que va a pasar cuando llegue?

Acá las cosas se ponen interesantes. Porque el tiempo mesiánico, al contrario del progresista, no se mueve en un avance lineal, sino que implica una interrupción del avance. Y esa interrupción produce una apertura por la que algo puede pasar. Y este algo es nada menos que la redención de los muertos, de los humillados, de los derrotados de todas las épocas. En el lenguaje mesiánico cristiano, los últimos serán los primeros.

Para Benjamin hay una identidad entre los derrotados del pasado y los subordinados de hoy. Si hoy hay lucha de clases, si seguimos en una sociedad de clases, es porque los que hoy son subordinados fueron derrotados en el pasado por quienes se erigieron en clase dominante. Los subordinados de hoy son los herederos de la tradición de los derrotados. Y una victoria hoy, que termine con la sociedad de clases, redime a todos los que vinieron antes.

Y eso es lo que los muertos exigen. Porque hay un pacto secreto entre las generaciones. Éramos esperados sobre la tierra. En el momento más oscuro de la derrota y de la muerte, quizás esperaron que alguien en el futuro recordara eso y siguiera esa pelea. Es cierto que no podemos levantar a los muertos, ni reparar lo destruido. Hay una discontinuidad con el pasado, que es producto de la propia derrota. Pero el pasado busca pasar a través de esa discontinuidad, y nos pide cosas.

Para empezar, que rememoremos. Y por eso se cruza el judaísmo con el marxismo. Porque hay una mezcla entre el recuerdo de nuestros muertos y caídos, y la tarea del historiador materialista. Los documentos, las ruinas, los huesos son fundamentales. Pero no para reconstruir el pasado “tal cual fue”, sino para que brille como un rayo en un instante de peligro. Porque el pasado no solo nos pide cosas, también nos ofrece, nos da.

Los muertos son hoy parte de la pelea. En un sentido muy material. Roberto Gomensoro desencadenó una crisis en la relación entre el gobierno y el ejército décadas después de que lo mataran. Los juicios por los crímenes de la dictadura nos ayudan hoy a poner a la defensiva a figuras clave de la ultraderecha uruguaya, y en algún caso hasta nos permite meterlos presos, lo que es no solo una cuestión de justicia, sino también con valor táctico. Estar presos, esperamos, puede reducir su capacidad para conspirar. La aparición de los cuerpos, un hecho tan material, es políticamente definitorio: golpea a la historia que quisieron imponer los ganadores.

Las caras y los nombres de desaparecidos, muertos y mártires flamean en banderas, marchan en carteles, dan nombre a agrupaciones, escuelas, salones. Y la lucha por encontrarlos nos sirve de mínimo, de pacto sagrado entre quienes la sentimos como nuestra. Nos mantiene juntos saber que somos su continuación. Y esta continuidad es justamente lo que todo el tiempo las narraciones dominantes intentan fracturar. Que haya entre los 60 y nosotros una barrera infranqueable, que sus errores, su derrota y el castigo que les impusieron nos de una lección. Esto es lo que Rita Segato llama “pedagogía de la crueldad”.

Los muertos pelean, también, porque están en peligro. Esta es una de las ideas más aterradoras de Benjamin: ni los muertos están a salvo si el enemigo triunfa. Porque en cada generación la tradición de los derrotados puede ser arrebatada y deformada por la historia de los ganadores. Es difícil no pensar en la derrota de Artigas, de su reparto de tierras, de su igualitarismo multiracial. Que los más infelices sean los más privilegiados. Fue justamente su derrota lo que permitió que fuera transformado en un milico patriarca, ancestro del fascismo nacional. Quien sabe que le puede pasar a los muertos si el enemigo vence, y no ha parado de vencer.

¿Que nos piden, hoy, los desaparecidos y los muertos y mártires de las derrotas del pasado? ¿Como cumplir con el pacto que nos une? ¿Que de lo que hicieron relampaguea en este instante de peligro? Responder es una pregunta para la memoria colectiva, para la investigación materialista (podemos leer a Julio Castro, Zelmar Michelini, Ibero Gutiérrez, preguntándoles esto), pero sobre todo es una pregunta para la acción política.

Hay una tremenda potencia en los desaparecidos. Por no ser ni muertos ni vivos, quedaron suspendidos, eternamente jóvenes y revolucionarios. Son la posibilidad de poder haber hecho otra cosa, o de haber lidiado de otra manera con lo que sucedió. Se trata de redimir lo que pudo suceder y no sucedió, porque fue derrotado. Entonces no es cuestión solo de recordar, sino de invocar esa potencia y esos anhelos, que no podemos reducir a una consigna, pero algo tenían que ver con el socialismo. Arriba los pobres del mundo. Por algo siempre hubo un filo más radical en la lucha por los desaparecidos, que mira hacia atrás, que en la izquierda que asumió un tiempo progresista, que mira hacia adelante.

A la izquierda, después de la derrota de los 60, se le exige una eterna autocrítica autoflagelante, que firme cada semana una declaración de fe democrática, que pida disculpas por su radicalismo del pasado y prometa que nunca más va a ocurrir. Como si la derrota no hubiera sido castigo suficiente. Si necesitamos de la historia, no es para seguir con este ritual autoflagelante, sino para emancipar a ese pasado del amarre liberal que lo encadena. No estoy diciendo que desde los 60 para acá no hayan habido victorias. Se logró resistir, reorganizar, insistir, bloquear privatizaciones, conquistar derechos. Hicimos lo que pudimos, y no fue poco. Pero creo que todos sabemos que algo de lo que se perdió en aquella gran derrota sigue esperando que cumplamos nuestra parte del pacto.

Entonces tenemos que reconstruir esa historia, pero para eso no alcanza la labor del historiador (o de las antropólogas), es necesario vencer. Porque el mesías no viene solo para redimir a los muertos, viene también a vencer al anticristo.

Hoy estamos frente al resurgimiento del fascismo en todo el mundo. La democracia está asediada, tanto por la violencia política y los estados de excepción, como por la atadura de manos que le impusieron el neoliberalismo y el poder del capital. En Argentina gobierna el FMI y en Brasil los pichones de la dictadura. La catástrofe ambiental se acelera (y mientras la Amazonia se quema, Uruguay sigue buscando petróleo). Y en plena campaña electoral, la derecha saca a relucir a Gavazzo, habla de medidas prontas de seguridad, de militares para seguridad interna, de allanamientos nocturnos. Sabemos exactamente lo que nos están diciendo.

El problema es que para vencer, el progreso progresista no alcanza. No puede entender que estas cosas pasen en pleno siglo veintiuno. Piensa que si podemos lograr suficiente crecimiento económico y progreso tecnológico, zafamos. La resignación, el realismo y la tecnocracia nos pueden costar muy caros.

Claro que estoy muerto de miedo. Y sin embargo, acá estamos, como corresponde. La derrota podía parecer total cuando Benjamin se mató, pero pocos años después era Hitler el derrotado. No sabemos cuanto duran las calamidades. La dictadura duró 13 años, y un día terminó. Mi abuela, judía y en su juventud comunista, zafó del holocausto viniendo al Uruguay. En el pueblo de donde ella viene, hoy no queda ni un judío. Unas décadas después le tocó sobrevivir, aterrorizada, la dictadura, mientras sus amigos se exiliaban o iban presos. Si yo estoy acá, si ustedes están acá, es porque es posible pasar por una catástrofe, sobrevivir, y seguir peleando. La vida sigue, y cualquier momento puede traer un cambio repentino. No sabemos lo que va a pasar en el futuro, por lo que no podemos descartar derrotas terribles. Pero tampoco podemos descartar victorias inimaginables. Y si no nos toca a nosotros, quizás podamos hacer algo que quienes vengan después puedan invocar.

Los últimos serán los primeros. Que los más infelices sean los más privilegiados. Arriba los pobres del mundo.

 

Gabriel Delacoste

30 de agosto de 2019.

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